E) PALABRAS DEL CARDENAL ANTONIO CAÑIZARES LLOVERA, AL COMIENZO DE LA SANTA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS

Roma, 29 de octubre de 2007

Eminencia Reverendísima,

Ayer participamos con emoción en la solemne beatificación de cuatrocientos noventa y ocho hombres y mujeres –obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, laicos- mártires de la persecución religiosa que, en los años treinta del pasado siglo, afligió a la Iglesia en nuestra patria. La beatificación de ayer, sin duda la más numerosa acaecida hasta el presente, abarca a todo el territorio español, y, por eso, es toda la Iglesia en España la que se alegra con este reconocimiento y hoy, junto a la tumba de San Pedro, y en comunión plena e inquebrantable con su Sucesor, el Papa Benedicto XVI, representado por su Eminencia, viene a agradecer a Dios tan inmenso don con que hemos sido enriquecidos por su gracia y su infinita misericordia.

Al tiempo que queremos expresar nuestro público y común agradecimiento al Santo Padre por este regalo de los nuevos beatos, mártires, que honran a la Iglesia en España, y a la Iglesia Universal, iniciamos, con devoción y agradecimiento, la celebración eucarística en la que unimos la memoria agradecida de estos cuatrocientos noventa y ocho mártires al Memorial del Sacrificio Redentor de Cristo, supremo martirio y testimonio máximo de la verdad de Dios, cumbre y plenitud de la entrega del amor sin límite de Dios a los hombres, sangre del Hijo de Dios derramada para el perdón de los pecados y la reconciliación de todos en una unidad inquebrantable. No en balde “el martirio se consideraba en la Iglesia antigua como una verdadera celebración eucarística, la realización extrema de la simultaneidad con Cristo, el ser uno con Él” (J. Ratzinger, El espíritu de la Liturgia: una introducción, p. 80).

¿Cómo no dar gracias, pues, por estos mártires, y por tantos y tantos otros, en muchedumbre incontable, que dieron su vida por Jesucristo como testimonio supremo de la verdad del Evangelio y de la fe? ¡Cómo vibraban los primeros cristianos ante la sangre y la memoria de los mártires! ¡En que estima tan alta ha tenido siempre la Iglesia el martirio y con que belleza ha sido cantado a lo largo de los siglos por los mejores poetas cristianos! Hoy no puede ni debería ser menos. Y por eso, esta mañana, en esta basílica de San Pedro que representa a la Iglesia Universal y es símbolo de la comunión con Pedro, nos reunimos con júbilo, llenos de esperanza, gozosos, para celebrar, en estos mártires, a esa pléyade inmensa de fieles, contemplada en el Apocalipsis, que “vienen de la gran tribulación y han lavado sus túnicas con la sangre del Cordero (Cf. Ap 7, 14).

No queremos ni podemos olvidar el testimonio de los mártires de la persecución religiosa en España del siglo XX. Ellos manifiestan la vitalidad de nuestras iglesias locales y forman como un gran cuadro del Evangelio de las bienaventuranzas. Estos mártires dieron su vida en testimonio del Dios único, de Dios vivo que es Amor. Su sangre derramada por amor a Dios es el signo y el mayor grito a favor del amor entre los hombres, queridos por Dios hasta el extremo. Ellos constituyen una llamada apremiante a la unidad, a la paz, al reconocimiento y respeto de cada ser humano, al diálogo, a la mano tendida, al perdón y a la reconciliación entre todos. Porque así Dios lo quiere; y ellos entregaron su vida en obediencia y en cumplimiento de la voluntad de Dios, que es misericordioso y nos llama a la misericordia y el perdón.

Eminencia, junto al agradecimiento de todos nosotros, de España entera por presidir esta celebración de acción de gracias, le rogamos transmita al Santo Padre el testimonio de afecto filial y comunión plena de la comunión en España.